jueves, 28 de enero de 2010

LA INQUIETUD DE UN INDIVIDUO: Anthony Norris Groves (III)



No era característica de Groves expresarse con dureza hablando de otras personas, sin embargo quizás podemos detectar una cierta impaciencia en cuanto a algunos de los lugares comunes de su tiempo, en una nota de pie de página de su folleto:

“…las dedicaciones y discursos benéficos de los ricos llegarían a ser totalmente innecesarias, porque un solo hecho de verdadera dedicación hablaría más fuerte que mil discursos acerca de ella, hecho por los que viven rodeados de todos los lujos y comodidades de esta vida, y sería de más provecho que mil guineas” (N. del T. Una guinea equivalía a 21 chelines, algo más de una libra.)

Criticar las ideas de Groves es fácil, pero hay un hecho que hace sonar a vacío toda crítica. Groves no sólo hablaba acerca de estos principios sino los ponía en práctica.

Más o menos en este tiempo la familia de Groves, recibió una visita del obispo Chase de Ohío, hombre de convicciones y vida sacrificada muy parecidas a las suyas, y los anhelos misioneros de Groves se avivaron otra vez. (Ohío entonces era un Estado fronterizo). Esta vez María Groves, después de una primera reacción de consternación, cambió totalmente de actitud y empezó a apoyar los planes de su esposo con entusiasmo. Se hicieron gestiones cerca de la Sociedad Misionera Anglicana, y después de una visita de Edgard Bickersteth, el secretario de esta Sociedad, en julio de 1825, los Groves fueron aceptados como candidatos misioneros para ir a Bagdad, ciudad para la cual la Sociedad había estado buscando un misionero desde hacía años. Por fin los anhelos de Groves estaba al punto de ser realizados. Desde luego no podía haber previsto que esto le llevaría al punto de tener que revisar completamente toda su posición eclesial.

Como preparación para su servicio misionero, Groves empezó a estudiar en el Trinity College, de Dublín, con la intención de graduarse en teología antes de ser ordenado. Siguió residiendo en Exeter, viajando a Dublín para los exámenes de cada trimestre, mientras su clientela en Exeter era atendida por un joven pariente, a quien luego Groves se lo regaló todo. Groves a la vez buscó un tutor para sus propios estudios y para los de sus dos hijos pequeños. Después de un tiempo pudo contratar los servicios de un joven escocés, hijo de un clérigo, Henry Craik. Craik, que tenía diez años menos que su alumno, acababa de graduarse en St. Andrews, donde había estudiado con cierta distinción bajo Hunter y luego bajo Chalmers. Llegó a la casa de Groves el 21 de agosto de 1826, haciendo constar por escrito unos nueve días después una impresión entusiasta, casi lírica, de su patrón, (aunque modificada un poco por su nativa cautela escocesa):

“Él es de un carácter muy noble, muy interesante. Sus principales características son la generosidad, la piedad, un gran talento, una elocuencia persuasiva, dulzura, humildad, erudición. No sé todavía qué fallos pueda aún descubrir, sin embargo hasta ahora tengo la impresión que casi no existe un carácter más noble”.

“¡Groves tenía necesidad de estas características!”Craik hace constar por escrito:
“Llegué a Exeter el 21 de agosto de 1826, e inmediatamente comenzó leyendo los clásicos con el Sr. Groves. Durante el primer periodo de nuestros estudios (desde entonces hasta el 9 de octubre), leímos juntos ocho libros de Homero, las Epístolas de Horacio, y a la vez escritos de Lucían, Juvenal, etc. Entre las obras que yo mismo estudiaba por mi propio provecho se encontraban: “ La vida de Jeremy Taylor” de Heber, La “Vida de Newton” por Cecil, “La Historia de las Misiones” de Brown, que acabé luego; el Semi-Esceptico de James, y Adams sobre la Religión que también terminé más tarde, “Orations” de Irving; amén de otras obras, que no terminé de leer”.

Mientras tanto, las frecuentes visitas a Dublín (fue una visita a Dublín que interrumpió la primera sesión de estudios con Craik el 9 de octubre de 1826), le hicieron entrar en contacto con un nuevo círculo de amistades de aquella ciudad: un círculo de inmensa importancia para nuestra propia historia.

Groves ya había rebasado los 30 años, y tenía convicciones e ideales que habían madurado a través de muchos años de desaliento. Entre estas convicciones, dos iban a ser muy características de él durante toda su vida. Una fue aquella consagración personal a Cristo, que, alimentada por su lectura a corazón abierto de la Biblia, había guiado a él y a su familia en su camino de servicio altruista a los demás. La otra convicción se relacionaba estrechamente con ésta. Gozaba de un temperamento generoso de abierta simpatía hacia los demás, e instintivamente se daba cuenta de las convicciones de otros. Así que iba creciendo en su ánimo una comprensión de lo profundo de la verdadera unidad cristiana.

A pesar de ser miembro practicante y fiel de la Iglesia Anglicana, según el mismo hace constar, Groves y su esposa gozaban desde hacia muchos años de una buena amistad con dos señoritas no-conformistas de Exeter, las señoritas Pager, y su influencia le afectaba hondamente en cuanto a la tragedia de las divisiones entre los cristianos. Ahora, al encontrarse en Dublín con una situación muy distinta a la de Exeter, Groves encontró que su amistad con estas señoritas le había preparado para un cambio decisivo de perspectiva. En Dublín, los miembros de la minoría protestante anglo-irlandesa tuvieron que reunirse entre ellos en plan de amistad, y esto condujo a un aflojamiento de las distinciones denominacionales. La práctica de reunirse para estudiar la Biblia juntos, y el coloquio basado en tales lecturas, ya de por si empezó a quebrantar las barreras artificiales: e hizo que Groves tuviera que enfrentarse con el problema que estas barreras suscitaban entre cristianos igualmente sinceros como ellos. Durante su estudio personal sincero de la Biblia, se había impresionado por la libertad y comunión sin trabas de la iglesia apostólica. Debe haberse dado cuenta de la similitud entre estos pequeños grupos en aquella ciudad hostil, y la situación de los cristianos del Nuevo Testamento.

En Dublín, Groves gozaba de una buena amistad con un abogado irlandés de su misma edad, John Clifford Ballet, hombre que había ganado premios en estudios clásicos en Trinity College. Ballet había pasado parte de su niñez en Exeter, y esta circunstancia, unida a una gran similitud de temperamentos, contribuyó a reforzar los lazos de comunión entre los dos hombres. Groves se hospedaba en la casa de Ballet cuando visitaba Dublín, y allí fue presentado a uno de los más talentosos de aquel círculo de cristianos que acostumbraba reunirse para la oración y el coloquio: un jóven clérigo de Wicklow, John Nelson Darby.

Está muy claro que el estímulo de estas influencias variadas sobre Groves estaba madurando su pensamiento. En la primavera de 1827, la señorita Bessie Pager le acompañó en el viaje a Dublín, y es a ella que debemos el relato de un incidente que demuestra cuan radicalmente estaba él cambiando de aquella posición de anglicanismo estricto de hacía uno o dos años.

La Srta. Pager recuerda la ocasión cuando uno del grupo, el Sr. Ballet, íntimo amigo del Sr. Groves, le dijo, “Groves acaba de decirme que, según a él le parece al leer las Escrituras, los creyentes al reunirse como discípulos de Cristo, gozaban de libertad de partir el pan juntos, como les había instado su Señor; y que si la práctica apostólica podía ser su guía, cada domingo debía ser apartado para recordar la muerte del Señor y obedecer su último mandato …”

Groves mismo, unos años más tarde, hizo constar en su diario, con fecha del 14 de diciembre de 1833:

"Casi me había olvidado, hasta que me lo recordó una carta del Sr. Ballet de Dublín, que yo fui el primero en proponer aquel sencillo principio de reunión, en vez de una unidad de criterio en los pequeños detalles, detalles que pueden ser conscientes con un verdadero amor a Jesús."

La Srta. Pager aprovechó en seguida este cambio de actitud. Al volver a Exeter, invitó a Groves a hacerse cargo los domingos de una pequeña congregación disidente de la aldea de Poltimore, de la que ella se responsabilizaba. Groves, que dicho sea de paso, era todavía un candidato para la ordenación anglicana, todavía no se había liberado de todos sus escrúpulos. Escribió:
"Quizás no puedo hacerle comprender la repugnancia que sentí; en primer lugar porque como principio no lo aprobaba; y en segundo lugar porque me di cuenta que sería una barrera para mi propósito de escribir la ordenación; sin embargo obró en mi mente de tal manera que no pude menos que acudir…y sin embargo sólo permití aceptar esta asistencia a Poltimore como una acepción muy especial, a causa de la notoria ineptitud del clérigo del lugar. Hasta aquel momento nunca me había acercado a un lugar de culto de los disdentes."
(Continuará)
El movimiento de los Hermanos , Roy Coad (Traducido por Catalina Redman de Wickham)Edificación Cristiana, nº 113, diciembre de 1985, p.9

jueves, 21 de enero de 2010

LA INQUIETUD DE UN INDIVIDUO: Anthony Norris Groves (II)

Estas circunstancias duraron seis años, mientras la familia Groves se dedicó a su vida personal familiar. En tal estado de ánimo, Groves, cerca del año 1822, empezó a leer su Biblia con gran entusiasmo (y durante algún tiempo casi no abrió otro libro…El consagrarse a la lectura de la Biblia con el sincero propósito que Groves traía a sus estudios produce muchas veces unos resultados sobrecogedores).

Se ha dicho que lo que hallamos en la Biblia es una buena indicación de la clase de persona que somos. Era muy característico de Groves que él hallara en ella lo que constituía un reto a su propio estilo de vida y a la prosperidad material y el confort que era su consuelo principal.

Su profesión le daba beneficios de unas mil libras anuales (cantidad muy respetable en aquel entonces) y cada año aumentaba. Era hombre de una naturaleza llena de sensibilidad y le embarazaba su buena fortuna. Por eso es natural que sus lecturas bíblicas se centrasen sobre el debido uso de los bienes materiales. La primera señal de estas convicciones en desarrollo vino cuando Groves y su esposa juntos decidieron distribuir una décima parte de sus ingresos de forma regular entre los más necesitados de su barrio, y su esposa tomó la responsabilidad personalmente de la necesaria visitación y distribución. Fue causa de una crisis decisiva en Maria Groves, al encontrarse con casos de una indigencia espantosa, y sin embargo en medio de ella una fe viva y verdadera.

Con sus pensamientos hechos un lío y preocupado por un temor secreto que su oposición a los planes misioneros de su esposo le estaba impidiendo responder a un llamado genuino de parte de Dios, Mary Groves al principio demostró señales de refugiarse en un estado de mala salud. Sin embargo pronto pudo vencer esta reacción morbosa, y empezó a aportar más entusiasmo a las convicciones de su esposo. Vista la gran necesidad de la cual ya tenía una experiencia de primera mano, acordó con él en dar no sólo una décima parte sino una cuarta parte de sus ingresos. Tenían 3 niños, y en sus propias palabras querían que sus donaciones representaran “otro, o sea, un cuarto niño”. No pasó mucho tiempo, y esta decisión también fue revisada, y los Groves empezaron a dar todos sus ingresos, después de cubrir sus modestas necesidades más imperativas, al servicio de Dios.

Estas convicciones ya maduradas fueron plasmadas por Groves en un librito, cuya primera edición fue publicada en 1825. “La Mayordomía Cristiana” fue una publicación notable. Lo mejor de la literatura cristiana del día, representada por los tratados populares de Hannah More y sus contemporáneos, aceptaba las divisiones sociales de su día con lo que a nosotros nos suena a una afectación intolerable. Utilizaba la religión para mitigar los síntomas de la injusticia social, mientras apoyaba la misma estructura causante de tal injusticia. Por otra parte Groves, pasaba felizmente por alto las barreras y distinciones sociales. Su respuesta era personal y práctica. Las posesiones párale, eran sencillamente un medio para el servicio cristiano; las riquezas un positivo pelígro para sus poseedores y sus dependientes. Tomando las palabras de Cristo literal y llanamente, Groves consideraba que el acopio deliberado de riquezas era un estorbo muy claro para la piedad personal; sinceramente él creía que era un claro deber usar todos los bienes en el servicio de Dios. Las consecuencias de esta “temeridad” tanto para uno mismo como para sus dependientes, podían dejarse a la providencia de nuestro padre, Dios, y a la responsabilidad cristiana de los demás. Resumió así su filosofía: “ El lema cristiano debe ser, trabajar mucho, consumir poco, dar mucho, y todo a Cristo”. Groves estaba muy lejos de ser un radical o un revolucionario, pero no nos debe sorprender que algunos que se dieron cuenta de las implicaciones sociales de sus principios (cosa que parece que el mismo apenas hizo), se opusieron fuertemente a su panfleto.

Quizás nos parecen algo extremistas algunas de las deducciones que Groves sacó de su lectura de las Escrituras, e incluso nos pueden parecer demasiado ingenuas sus ideas económicas, pero es difícil no sentirse atraído por la fuerza y la sencillez de su fe y, de hecho, por la lógica de su posición. La raíz de sus ideas se hallaba en su devoción personal; la entera consagración de las posesiones y los talentos, que el aboga como resultado de una profunda devoción a Cristo. El amor cristiano que el encontraba en la iglesia primitiva lo quería ver en práctica en su propio tiempo:
“El cree que esta manifestación de amor fue hecha por la entera y efectiva (no técnica) consagración de ellos mismos, sus bienes, su tiempo y sus talentos a Cristo, su Señor y Rey”.
(Continuará)
El movimiento de los Hermanos , Roy Coad (Traducido por Catalina Redman de Wickham)
Edificación Cristiana, nº 113, diciembre de 1985, p.9

viernes, 15 de enero de 2010

LA INQUIETUD DE UN INDIVIDUO: Anthony Norris Groves (I)


“Me acordé de un dicho de aquel hombre de noble corazón, Groves: ¡Me hablas de los que me aman mientras estoy de acuerdo con ellos! Dame hombres que me amen cuando difiera de ellos, y les contradiga: aquellos serán los hombres que edificarán una Iglesia verdadera”.
F. W. Newman

Parece extraño que un reparo de conciencia hubiera provocado la crisis decisiva. Anthony Norris Groves iba a abandonar su profesión y estaba estudiando para el ministerio en la iglesia Anglicana, y su mayor ambición era marcharse a los países del Oriente como misionero. Pero un amigo acudió a el en busca de consejo. Este amigo tenía un empleo en una empresa de dudosa honradez, y le exigían que vendiera sus productos bajo unas descripciones falsas. Le molestaba la conciencia: “¿Qué debía hacer? Groves le dio el consejo lógico, y el amigo dejó su puesto de trabajo.

Groves no contó con que su amigo le confrontase luego con un “haz tu lo mismo”; pero, poco después esto es lo que ocurrió. ¿No mantenía Groves fuertes convicciones pacifistas? Cómo, entonces, preguntó su amigo, podría él subscribirse a la última frase del artículo 37? (n. del trad.,artículo de fe de la Iglesia Anglicana). “Es lícito que los hombres cristianos, si las autoridades asi lo piden, lleven armas y sirvan en las guerras”.

Esta pregunta no era tan difícil de contestar. Pero Groves era hombre de aquella sencillez transparente que no puede admitir el subterfugio. Precisamente como y por que aquel reparo de conciencia tuvo el efecto decisivo que tuvo, es una historia más larga.

Anthony Norris Groves nació el 1 de febrero de 1795, y había cumplido 32 años cuando tuvo su crisis de conciencia. Había nacido cerca de Lymington en Hampshire, donde su padre, antes un próspero hombre de negocios, había perdido casi todos sus bienes por causa de una propensión a asociarse con negocios malhadados (propensión que, años después, iba a reproducirse en su hijo, en la India). Norris Groves había estudiado para dentista. Después de estudiar química con la firma de Savoy y Moore en Londres, sirvió su aprendizaje con su tío, un próspero dentista que ejercía su profesión cerca de Hannover Square, y al propio tiempo hizo prácticas en los hospitales, adquiriendo así la experiencia que podía. Era la preparación inadecuada común de aquellos tiempos. Pudo empezar a trabajar por su cuenta en Plymouth el día que cumplió los 19 años, y como tuvo éxito, se casó con su prima, Mary Bethia Thompson, la hija de su tío el dentista, unos dos años y medio después. Al casarse se mudó a Exeter, y empezó a trabajar en su profesión allí.

Durante su estancia en Plymouth, Groves había frecuentado la compañía de un grupo de hombres cultos y piadosos, y mantuvo el contacto con ellos después de su traslado a Exeter. Allí proveyó un refugio para varios de sus amigos y parientes necesitados. Un niño sordo, hijo de albañil, había sido educado por un grupo de estos amigos en Plymouth, y Groves le recibió en su hogar. Más tarde este jóven llegó a ser el conocido erudito bíblico, Dr. Kitto. El hizo un tributo señalado a la lealtad que Groves le había demostrado a través de algunos de los tropiezos de su juventud:

“El Señor Groves es el único representante de aquello que yo, antes de salir del mundo, pensaba que debía ser cada hombre…y cuando yo he caído, el no me dijo como otros han hecho, “hiciste tú tu cama, acuéstate en ella”: sino que, a pesar de ser el más dañado, ha salido una vez tras otra a socorrerme”.
Otro hombre interesante ayudado por Groves en este tiempo fue Michael Solomon Alexandre, quien en 1841 fue nombrado el primer obispo anglicano de Jerusalén. Habiendo sido antes el Rabbí judío en Plymouth, sufrió una considerable oposición después de recibir el bautismo cristiano en 1825, y fue en la casa de Groves en Exeter donde encontró alivio y sosiego durante este tiempo de prueba.

Mientras Groves estuvo en Plymouth, había recibido una profunda influencia espiritual a través de dos amigos clérigos. Esta influencia avivó en el un antojo casi olvidado de su niñez, que a partir de entonces llegó a ser la ambición central de su vida; la convicción de un llamamiento para el servicio misionero.Mientras estuvo en Plymouth, había llegado al punto de ofrecerse a la Sociedad Misionera de la iglesia anglicana, pero después de su matrimonio halló que su esposa estaba totalmente opuesta a sus planes, y durante un tiempo abandonó la idea. Sin embargo, a pesar del éxito creciente en su profesión, su corazón estaba firme. Hay algo intensamente patético en este retrato que Groves más tarde hizo de sí mismo en aquel tiempo, mientras, felizmente casado y contento según todas las apariencias se le consumía el corazón por una visión recibida:

“Muchas veces yo, con todo lo que el mundo puede ofrecer a un hombre, me sentía muy desdichado. Tenía una esposa que me amaba, preciosos niños pequeños, y una profesión que me reportaba grandes beneficios, y sin embargo no gozaba de la presencia del Señor como antes, y por esto estaba infeliz”.
(Continuará)
El movimiento de los Hermanos , Roy Coad (Traducido por Catalina Redman de Wickham)
Edificación Cristiana, nº 113, diciembre de 1985, p.9

miércoles, 6 de enero de 2010

Libro histórico: “Centenario de la obra evangélica en Vilar Tras Deza (Silleda-Pontevedra). 1902-2002”

Este libro, registrado por la “Consellería de Cultura e Deporte” de la Xunta de Galicia, está escrito por David Henry Puente Dodd, nacido precisamente en la aldea de Vilar Tras Deza (más conocida fuera de Galicia por “Villar”).
En la contraportada leemos que: “Siendo nieto de Tomás Henry Dodd y Elisa Anna Scriven, su esposa; e hijo de Celestino Puente y Ruth Dodd, todos ellos involucrados en la obra del Señor en Vilar, siente gran satisfacción al poner en manos de los lectores lo que ha podido recopilar sobre lo que Dios ha hecho en ese pequeño pueblo en los cien años transcurridos desde que sus abuelos pisaron por primera vez estas tierras tan hermosas y a las que amaban profundamente.”
El prólogo está escrito por el historiador gallego Marcos Gago donde menciona a Villar como “referencia para los evangélicos gallegos desde la fundación de su iglesia” y añade que “la ubicación del centro de campamentos en los propios locales de la capilla ha dado a Villar una importancia que difícilmente habría tenido de otra forma...”
El autor también menciona que “... me daré por plenamente satisfecho si este relato los “engancha” como me ha “enganchado” a mí, despertando un sentimiento de responsabilidad ante el Señor a imitar a estos esforzados siervos suyos que supieron anteponer a todo lo demás el obedecer el mandato de Jesús...”