viernes, 15 de enero de 2010

LA INQUIETUD DE UN INDIVIDUO: Anthony Norris Groves (I)


“Me acordé de un dicho de aquel hombre de noble corazón, Groves: ¡Me hablas de los que me aman mientras estoy de acuerdo con ellos! Dame hombres que me amen cuando difiera de ellos, y les contradiga: aquellos serán los hombres que edificarán una Iglesia verdadera”.
F. W. Newman

Parece extraño que un reparo de conciencia hubiera provocado la crisis decisiva. Anthony Norris Groves iba a abandonar su profesión y estaba estudiando para el ministerio en la iglesia Anglicana, y su mayor ambición era marcharse a los países del Oriente como misionero. Pero un amigo acudió a el en busca de consejo. Este amigo tenía un empleo en una empresa de dudosa honradez, y le exigían que vendiera sus productos bajo unas descripciones falsas. Le molestaba la conciencia: “¿Qué debía hacer? Groves le dio el consejo lógico, y el amigo dejó su puesto de trabajo.

Groves no contó con que su amigo le confrontase luego con un “haz tu lo mismo”; pero, poco después esto es lo que ocurrió. ¿No mantenía Groves fuertes convicciones pacifistas? Cómo, entonces, preguntó su amigo, podría él subscribirse a la última frase del artículo 37? (n. del trad.,artículo de fe de la Iglesia Anglicana). “Es lícito que los hombres cristianos, si las autoridades asi lo piden, lleven armas y sirvan en las guerras”.

Esta pregunta no era tan difícil de contestar. Pero Groves era hombre de aquella sencillez transparente que no puede admitir el subterfugio. Precisamente como y por que aquel reparo de conciencia tuvo el efecto decisivo que tuvo, es una historia más larga.

Anthony Norris Groves nació el 1 de febrero de 1795, y había cumplido 32 años cuando tuvo su crisis de conciencia. Había nacido cerca de Lymington en Hampshire, donde su padre, antes un próspero hombre de negocios, había perdido casi todos sus bienes por causa de una propensión a asociarse con negocios malhadados (propensión que, años después, iba a reproducirse en su hijo, en la India). Norris Groves había estudiado para dentista. Después de estudiar química con la firma de Savoy y Moore en Londres, sirvió su aprendizaje con su tío, un próspero dentista que ejercía su profesión cerca de Hannover Square, y al propio tiempo hizo prácticas en los hospitales, adquiriendo así la experiencia que podía. Era la preparación inadecuada común de aquellos tiempos. Pudo empezar a trabajar por su cuenta en Plymouth el día que cumplió los 19 años, y como tuvo éxito, se casó con su prima, Mary Bethia Thompson, la hija de su tío el dentista, unos dos años y medio después. Al casarse se mudó a Exeter, y empezó a trabajar en su profesión allí.

Durante su estancia en Plymouth, Groves había frecuentado la compañía de un grupo de hombres cultos y piadosos, y mantuvo el contacto con ellos después de su traslado a Exeter. Allí proveyó un refugio para varios de sus amigos y parientes necesitados. Un niño sordo, hijo de albañil, había sido educado por un grupo de estos amigos en Plymouth, y Groves le recibió en su hogar. Más tarde este jóven llegó a ser el conocido erudito bíblico, Dr. Kitto. El hizo un tributo señalado a la lealtad que Groves le había demostrado a través de algunos de los tropiezos de su juventud:

“El Señor Groves es el único representante de aquello que yo, antes de salir del mundo, pensaba que debía ser cada hombre…y cuando yo he caído, el no me dijo como otros han hecho, “hiciste tú tu cama, acuéstate en ella”: sino que, a pesar de ser el más dañado, ha salido una vez tras otra a socorrerme”.
Otro hombre interesante ayudado por Groves en este tiempo fue Michael Solomon Alexandre, quien en 1841 fue nombrado el primer obispo anglicano de Jerusalén. Habiendo sido antes el Rabbí judío en Plymouth, sufrió una considerable oposición después de recibir el bautismo cristiano en 1825, y fue en la casa de Groves en Exeter donde encontró alivio y sosiego durante este tiempo de prueba.

Mientras Groves estuvo en Plymouth, había recibido una profunda influencia espiritual a través de dos amigos clérigos. Esta influencia avivó en el un antojo casi olvidado de su niñez, que a partir de entonces llegó a ser la ambición central de su vida; la convicción de un llamamiento para el servicio misionero.Mientras estuvo en Plymouth, había llegado al punto de ofrecerse a la Sociedad Misionera de la iglesia anglicana, pero después de su matrimonio halló que su esposa estaba totalmente opuesta a sus planes, y durante un tiempo abandonó la idea. Sin embargo, a pesar del éxito creciente en su profesión, su corazón estaba firme. Hay algo intensamente patético en este retrato que Groves más tarde hizo de sí mismo en aquel tiempo, mientras, felizmente casado y contento según todas las apariencias se le consumía el corazón por una visión recibida:

“Muchas veces yo, con todo lo que el mundo puede ofrecer a un hombre, me sentía muy desdichado. Tenía una esposa que me amaba, preciosos niños pequeños, y una profesión que me reportaba grandes beneficios, y sin embargo no gozaba de la presencia del Señor como antes, y por esto estaba infeliz”.
(Continuará)
El movimiento de los Hermanos , Roy Coad (Traducido por Catalina Redman de Wickham)
Edificación Cristiana, nº 113, diciembre de 1985, p.9

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