jueves, 11 de febrero de 2010

Pan sobre las aguas: Anthony Norris Groves (V y final)

Ahora Groves tuvo que hacer frente con la negación de las mismas convicciones que había expuesto a Ballet apenas un año antes. Pero, durante un tiempo, hubo otro problema de conciencia aún más grande: “Aún no vi que la libertad de ejercer mi ministerio venía solamente de Cristo, y sentía que alguna forma de ordenación era necesaria. Y a la vez me repugnaba la idea de ser o comportarme como un sectario.”

Al tener nosotros ya conocimientos del desarrollo, de su pensamiento, es fácil adivinar la solución a su dilema. Como muchos otros confrontados con una situación aparecida, volvió al sencillo gozo sin trabas de la iglesia primitiva. “ Un día se me ocurrió el pensamiento que en ningún sitio demanda la Escritura una ordenación para poder predicar el evangelio. Para mi esto era como quitarme de encima una gran montaña.” Continúa – y de esto oiremos más luego – “ en mi última visita a Dublín, mencioné mis ideas al Sr. Ballet y a otros”.

Groves y su esposa continuaron con sus planes para ir a Bagdad: pero ya a sus propias expensas, y como siervos libres de Cristo. Económicamente no tenía muchos problemas, porque había recibido una herencia sustanciosa al morir el padre de la Sra. Groves el año anterior. Esta, como todos sus otros bienes, había de ser puesta al servicio de Cristo. Un grupo de amigos de Dublín tenía gran interés en sus planes, y varios de ellos pensaban unirse a ellos más tarde. Así que, el doce de junio de 1829 embarcaron en Gravesend para San Petersburgo, desde la cual habrían de viajar por tierra a través de Rusia, entrar en Persia y llegar hasta Bagdad. Les acompañó Kitts, el ahijado de Groves cuando joven, y también les acompañó hasta San Petersburgo otro compañero interesante del grupo de Dublín, que había arreglado el flete del yate de un amigo para cubrir esta parte del viaje. Era John Vesey Parnell, hijo de Sir Henry (Brooke) Parnell, destacado miembro irlandés del Parlamento, más tarde nombrado Barón Congleton.

Dice mucho de la tolerancia y bondad de la Sociedad Misionera Anglicana – y desde luego de Groves mismo – que su separación parece haber sido amistosa: en una carta escrita durante el viaje describe como la Sociedad le reexpedía cartas y pequeños paquetes, añadiendo, “ recibo este servicio suyo con mucho agradecimiento”.

La ruptura con la Iglesia Anglicana no había sido llevado a cabo sin dolor; especialmente como el estudio bíblico de Groves le había convencido del bautismo de los creyentes adultos, y había recibido esta ordenanza antes de marcharse. Una amiga, (que más tarde llegó a ser su segunda esposa después de la muerte de María Groves en Bagdad), se había encontrado con él poco después de esta ceremonia y le había dicho: “Desde luego, ahora serás un Bautista, ya que te has bautizado”. La respuesta de Groves era típica de él:
”¡No! Deseo seguir a todos en aquello en que ellos siguen a Cristo, pero no me uniría a ningún partido si implica que he de separarme de otros”. Entonces, sacando sus llaves, dijo,”Si estas llaves están unidas entre si, al caer una, caerían todas; más como cada una de ellas están unidas a éste anillo fuerte, así debemos cada uno acogernos a Cristo, no a ninguno de los sistemas de los hombres, y entonces todos estamos seguros y unidos; debemos mantenernos juntos, no por causa de algún sistema humano, sino porque Jesús es uno”.
Uno de los amigos más íntimos de Groves era el clérigo anglicano de Claybrook, Sr. Caldecott, en cuya ordenación en 1826 Groves había tomado mucho interés y satisfacción personal. Era de esperar que el desarrollo del pensamiento de Groves le había de alarmar, (Aunque más tarde hubo de tomar un camino parecido a éste),y aunque se ofreció para compartir los gastos del viaje a Persia, su carta le reprochaba. Groves le contestó:

“Dices que yo dejé tu comunión, si por esto quieres decir que ahora no parto el pan con la Iglesia Anglicana, esto no es verdad; pero si lo que quieres decir es que no me uno a vosotros exclusivamente, si que es verdad, porque siento que el espíritu exclusivista en la misma esencia cismática que el Apóstol reprende tan vivamente en los Corintios. Yo entonces no conozco ninguna distinción, sino que estoy presto a partir el pan con todos los que aman al Señor, y que no hablan con ligereza mal de su nombre. Yo creo que cada santo es una persona santa porque Cristo mora en él, y El se manifiesta donde se le rinde culto; y aunque sus faltas sean tantas como los cabellos de mi cabeza, mi deber sigue siendo, con mi Señor, unirme con El en el cuerpo místico, y mantener la comunión con él en cualquier obra del Señor en que él trabaja. Y sigues preguntándome, “¿ estás ejerciendo el ministerio bajo tu propia denominación? Confío que no, porque si así hago, la obra no va a prosperar; confío que lo ejercito bajo la nominación de mi Señor bajo su Espíritu; si tú puedes señalar cualquier otra nominación como necesaria o que haya personas excluídas del ministerio hasta que les autoriza algún hombre, espero que estoy dispuesto a sopesar la evidencia que traes. Quisiera, sin embargo, que entiendas claramente, que no tengo objeciones a la ordenación por los hombres si está llevando a cabo con principios de acuerdo con las Escrituras, pero si ellos piensan que dan algo más que su permiso a predicar en su pequeña porción del rebaño de Cristo, yo lo rechazaría hasta que me demuestran como recibieron esta autorización de la Palabra de Dios, y que son los reglamentos y limitaciones bíblicas de esta autoridad.
…Como cuerpos, no reconozco ninguna de las sectas y partidos que hieran y desfiguren el cuerpo de Cristo; como individuos, quisiera amar a todo aquel que ama a Cristo. ¡Oh! Cuando vendrá el dia cuando el amor de Cristo tendrá más poder para unir que la que tienen nuestras absurdas regulaciones para dividir la familia de Dios.”
(16 de diciembre de 1828)
Cinco años y medio más tarde, Groves iba a escribir en su diario:
Estoy tan convencido de la verdad de aquellos benditos principios que el Señor me ha enseñado, que me gloria en su propagación. La sencilla obediencia sólo a Cristo; el reconocer a Cristo en mi hermano como el Alfa y Omega de los términos de nuestra comunión; y por último, una devoción sólo a Cristo”. (25 de junio de 1834)

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