martes, 30 de agosto de 2011

Erich Sauer, enseñador de las iglesias. (1.898-1.959)




Los libros de Erich Sauer han sido de mucha bendición a lo largo de los años y tienen su sitio en el Archivo Histórico. Como es muy difícil encontrar datos biográficos de este teólogo y escritor (más aún en español) insertamos a continuación una reseña que se publicó en la revista "Edificación Cristiana" en octubre de 1.959 con motivo de su fallecimiento:





(Publicamos a continuación el testimonio que da nuestro hermano Herr Ernest Schrupp, de Wiedenest, de quien fue su amigo y colega por muchos años, el conocido enseñador bíblico Erich Sauer, ya con el Señor.)

“El día 31 de diciembre de 1.958, Erich Sauer había cumplido los sesenta años, y dos meses más tarde, el día 25 de febrero de 1.959, el Señor le llamó a su presencia. La vida de Sauer es un testimonio elocuente de lo que la gracia de Dios puede hacer en la vida de un hombre que abre su corazón libremente a su poderosa operación.
Según su propio testimonio, el texto “Te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos”, que le citó un hermano en su juventud, llegó a ser de manera especial el norte de su vida. Anteriormente había sentido profundamente la influencia de su madre, a quien siempre recordaba con honda gratitud, y el desarrollo de la vida interior del hijo se relacionaba íntimamente con la de la madre. Ella era miembro de la “Fraternidad cristiana” que se reunía en el Hohenstaufenstrasse de Berlín, siendo esta asamblea la que patrocinaba la formación de la Escuela Bíblica en 1.905: institución que luego se trasladó a Wiedenest en 1.919. Muchos destacados siervos de Dios, de varios sectores de la verdadera Iglesia; entraban y salían durante unos años de bendición y de avivamiento, y sus personalidades y ministerio dejaban honda huella en el alma tanto de la madre como del hijo, quienes nunca se olvidaron del lema esculpido en la Sala: “Todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Al mismo tiempo las visitas de muchos misioneros despertaron en ellos un profundo interés en la obra misionera.
Erich Sauer fue ayudado también por la Escuela Dominical, y un poco antes de cumplir catorce años, entregó su vida al Señor. Desde aquel momento crucial dedicó su vida al estudio bíblico intensivo, asistía con entusiasmo a los cultos, y empezaba a dar un claro testimonio en el colegio, en la calle y en la asamblea. Un poco después de su conversión, al escuchar unos informes dados por un misionero procedente de China, se sintió llamado a servir al Señor de forma especial, y, a pesar de muchos conflictos interiores después de aquel momento, nunca perdió de vista este llamamiento. Asistía al Instituto de segunda enseñanza, y más tarde siguió sus estudios en Historia, Inglés y Teología en la Universidad de Berlín. Siempre agradecía los sacrificios de su padre, quien, a pesar de su exiguo salario, hizo posible que su hijo tuviera tales privilegios culturales.
Al cursar estudios filosóficos en la Universidad el joven Sauer pasó por una crisis aguda, durante la cual le entraban dudas sobre si era posible a no saber algo de Dios; pero reaccionó pronto, comprendiendo que sus dudas surgían más bien del descuido de la oración y de la comunión con el Señor. Llegó a entender por aquella experiencia que Dios no puede conocerse por la inteligencia, sino por la experiencia vivida de la fe. Después, en toda su vida, tuvo un concepto pobre de toda especulación humana y subrayó la necesidad de quedar dentro de la revelación divina, con absoluta sumisión a las Sagradas Escrituras. Así rechazaba definitivamente toda crítica negativa de la Biblia –aun moderada- bien que nadie podía acusarle de oscurantismo, pues sabía que la Fe no tiene nada que temer de la investigación honrada, ni de la verdadera ciencia: que viene a ser el tema del último libro que escribió.
Por aquellos años pasó por otra crisis que había de ejercer una influencia profunda en toda su vida. De niño ya se daba en él una gran debilidad de vista y un miopía acentuada. Al llegar a la edad de trece años un oculista aconsejó a sus padres que de manera alguna le habían de destinar trabajos que dependían principalmente de leer y escribir, recomendando más bien que fuera jardinero pero Dios le tenía destinado un cometido muy diferente. Empezó sus estudios en la Universidad de Berlín a la edad de dieciocho años, pero en el primer años, como también en el cuarto, sufrió una grave hemorragia de la retina, que exigía un periodo extendido de descanso en oscuridad absoluta. Al saber que le habían recomendado una temporada en el campo, Johannes Warms, director de la Escuela Bíblica de Wiedenest, le invitó a pasarla allí. Eso fue en el año 1.920 y determinó todo el curso de su vida, pues en Wiedenest Erich Sauer halló su esfera de trabajo durante treinta y nueve años. ¡Difícil sería estimar cuánta lectura, cuánto estudio intensivo, cuánto redactar ocupaban aquellos años! Además de la obra constante de enseñanza, emprendía numerosos viajes, tanto en Alemania como en el extranjero, y todo eso se realizaba con una vista tan deficiente que en todo momento tenía que sentir su absoluta dependencia del Señor. He aquí un testimonio muy especial de la gracia de Dios que Erich Sauer dio a su generación.
En el año 1.931 vio la luz su primer libro, “El propósito y la meta de la creación del hombre”. En 1.937 aparecieron los dos tomos que se han hecho célebres en amplios círculos del campo evangélico en distintos países: “La Aurora de la Redención mundial” y “El triunfo del crucificado”, formando los dos una notable presentación de la historia de la Redención en los dos Testamentos. En el año 1.938 publicó “La nobleza del hombre”, en 1.953 “En la arena de la fe”, y en 1.955 “Desde la Eternidad hasta la Eternidad”. Varios de estos libros han sido traducidos al inglés, sueco, noruego, holandés y japonés, y hasta en las lenguas africanas, el duala y el hausa. Se preparan traducciones también en francés y español. (Nota del traductor: “El triunfo del crucificado” están imprimiéndose en México). Más de 220.000 ejemplares en total de estos libros han sido publicados, de modo que Erich Sauer no sólo ha enseñado a sus estudiantes en Wiedenest y a muchísimos creyentes por medio de sus mensajes en un gran número de asambleas y conferencias, sino que también su enseñanza ha llegado y llegará a un amplio círculo de los hijos de Dios en su forma escrita, siendo de ayuda especial para quienes ministran la Palabra.
El ministerio y la guía de Erich Sauer fueron muy bendecidos entre las asambleas de Alemania, pero no era nada sectario, y durante años prestaba su ayuda en el comité de la “Alianza” y “Conferencia” de Blankenburg, que corresponde a la Alianza Evangélica y la Convención de Keswick. Sobre todo se esforzaba por mantener una exacta perspectiva, en la que Jesucristo mismo era el único Centro. Por eso su ministerio irradiaba la luz y el gozo de las Escrituras.
Después de pasar Johannes Warms a la presencia del Señor en el año 1.937, Erich Sauer dirigía los estudios bíblicos en Wiedenest, siendo siempre para sus colegas y estudiantes un amigo paternal. Durante más de diez años ha sido mi privilegio cooperar con Erich Sauer en íntima comunión, y puedo testificar que si bien su inteligencia era notable, mayor aún era su corazón. Todo lo ponía a la disposición del Señor, y como rasgos especialmente destacados de su carácter he de mencionar su franqueza y sencillez de espíritu. Al mismo tiempo formaba pronto un criterio exacto frente a diversas situaciones y personas, lo que no impedía que irradiara siempre un ambiente amistoso, pues nadie se sentía cohibido en su presencia.
Su vida de familia fue muy bendecida, y su esposa, hija de Cristoph Koheler, el primer director de Wiedenest, era su colaborador en todo, supliendo en gran parte su vista defectuosa. Ella, la única hija Ursula y su única hermana, que tanto le ayudó hasta el fin, guardarán siempre el recuerdo de su vida radiante en el hogar.
A pesar de la dificultad de la vista, y, últimamente una enfermedad del corazón, pudo servir al Señor hasta el final de su vida. Por fin se presentó un ataque cardiaco particularmente agudo, y, de la manera considerada y afectuosa que le era habitual consolaba a su esposa e hija diciendo: “Aún si el fin viniera muy repentinamente, el Señor hace bien todas las cosas”. Fueron su última palabras, y momentos después estaba con el Señor. Ahora puede ver con perfecta claridad al Maestro que proclamaba siempre con tanto fruición y vigor. Pero nosotros echaremos mucho de menos a nuestro hermano, amigo y enseñador. ¡Que el Señor nos ayude a administrar fielmente y pasar a otros lo que nosotros hemos recibido por medio de él”

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