martes, 6 de septiembre de 2011

Un penoso vacío: El Señor ha llamado al querido don Juan. (1.893-1.960)

"La llamada a la Casa Celestial de nuestro amado don Juan Biffen ha dejado un penoso vacío, no sólo en los corazones de sus seres queridos y de sus muchos amigos, sino también en la Obra del Señor en toda España.
Nacido en Londres, y criado en el seno de una familia evangélica y misionera (pues dos de sus hermanas salieron a la obra en África), se convirtió jovencito y dedicó su tiempo libre a la predicación del Evangelio al aire libre. Se gozaba en salir en bicicleta los sábados, con un grupo de hermanos jóvenes, con el fin de evangelizar los pueblos cercanos. Se entusiasmaba además por los estudios misioneros que se llevaban a cabo en aquel entonces y fue en una conferencia misionera donde oyó el llamamiento del Señor para ir a España. Por el verano del año 1.919, doña Adelaida, esposa de don Enrique Turrall, de Marín, se hallaba en Inglaterra, sintiéndose muy preocupada por la necesidad de refuerzos para Galicia, ya que en diez años no había llegado ningún hermano para colaborar en la Obra. Sin conocer al joven al lado del cual estaba sentada a la mesa, fue guiada por el Señor a preguntarle si había pensado en España como campo de trabajo: pregunta que inició un periodo de meditación, que llevó a don Juan a creer que de veras Dios le había llamado a nuestro país. Pocos meses después, en circunstancias parecidas, habló con el que suscribe, que también le era desconocido, y al principio de 1.920 los dos “reclutas”, dando por cierto que Dios nos llamaba, nos hallábamos en Marín ocupados en aprender el idioma –y tantas otras cosas- por la palabra y el ejemplo del veterano y tan dotado siervo de Dios, don Enrique Turral. Pronto después se juntó con nosotros don Arturo Chappel, de tal feliz memoria, para ocuparse de la Obra en Marín y sus alrededores. Don Juan se casó al fin de aquel año, y en 1.921 se trasladó con doña Margarita a Gijón, donde recogió a bastantes hermanos esparcidos y edificó la capilla, en 1.927. Quedó allí, pudiendo abrir puertas en varios pueblos, hasta el año 1.936 cuando, muy a pesar suyo, tuvo que salir con los suyos de una zona de peligro, pasando a Inglaterra.
Con el pensamiento fijo siempre en España, de acuerdo con don Ernesto Trenchard y otros hermanos, hizo planes para hospedar en “Moorlands” en Inglaterra a bastantes hermanas con sus hijos que tuvieron que salir de España a causa de la guerra. En el año 1.939 volvió a su casa y obra en Asturias, pero pronto sintió la llamada del Señor a Madrid. La antigua capilla en calle Trafalgar estaba en peligro de derrumbarse, y con el apoyo moral y la ayuda económica de don Germán Sautter, emprendió la imponente tarea de levantar el edificio actual. Como hombre de fe que era, no vaciló ante las grandes responsabilidades, ni ante las dudas de bastantes hermanos, y es gracias a su esfuerzo y empeño que la iglesia de la calle Trafalgar debe su amplia y hermosa capilla, inaugurada en el año 1.947. Podría decir, como Wren, el arquitecto de la Catedral de San Pablo, en Londres: “Si queréis monumento, mirad alrededor”.
En sus primeros tiempos en España, hizo un recorrido por el Sur antes de llegar a Galicia, y nunca perdió su interés por aquella zona. Durante la última parte de su vida fue su constante afán visitar y aconsejar aquellos grupos que se habían quedado sin obreros. Desde Cartagena hasta Huelva se interesó en la adquisición de capillas, animando a la vez a las iglesias por sus sanos consejos. No descuidó la obra en Madrid, y por sus muchas salidas los hermanos aprendieron a desarrollar sus dones y sentir mayor responsabilidad propia. El Señor bendijo mucho la Obra en la capital entre jóvenes y mayores, y él quedará “siempre recordado por lo que ha hecho”, con la colaboración de todos los hermanos que le amaban.
Al final de la guerra mundial nos hallamos juntos en Vigo, ya que se realizaba un viaje especial con autoridad para abrir varias capillas cerradas. “Me llaman Juan –dijo-, pero debieron llamarme Pedro, porque tengo las llaves.”
En su último viaje a su país descansó poco, dedicándose a abogar por varios fondos especiales para el adelanto de la Obra, y despertar interés en ella. Se sentía lleno de salud hasta seis semanas antes del fin de su carrera, y seguía incansable en su ministerio hasta que de repente se descubrió en su esófago el cáncer que dio fin a su vida antes de ser posible ninguna intervención quirúrgica.
Su viuda cuenta un rasgo característico de él en el hospital. En una de las camas de la sala se hallaba un jovencito gravemente enfermo, y al ver a don Juan leer su Biblia le rogó encarecidamente que le enseñase a orar, ya que temía morir. Arrodillado al lado de su cama, él tuvo la satisfacción de llevar al joven a Cristo, y éste, a los pocos días, murió confiado y feliz: la última alma, de las muchas que le darán las gracias en las “moradas eternas” por su testimonio fiel.
Sí; ha dejado un vacío que difícilmente se puede llenar, pero el Señor sigue preguntando: “¿A quién enviaré? Y ¿quién irá por nosotros?” “¿No habrá quien diga: “Heme aquí; envíame a mí?"



Edmundo Woodford


(Revista “Edificación Cristiana”, enero de 1.961)

1 comentario:

Isa dijo...

¡Cuánto dolor me causa al escuchar: ¿a quién enviaré? y ¿quién irá por nosotros? Ya que no puedo decir: ¡envíame a mí! Lo haré en mi "Jerusalén".