lunes, 6 de agosto de 2012

Datos para una historia (o los milagros de una obra de fe). (Año 1.974) (II parte y última)


“…Quinto milagro: el matrimonio joven. El problema que se plantean todos es quien cuidará a los ancianos. En una reunión de especialistas celebrada en Madrid oímos que el principal problema de los hogares para ancianos es encontrar personas dispuestas y debidamente aptas para ese trabajo. “Dios proveerá” es la respuesta. Y Dios provee. Un día una pareja de novios se presenta a Ramón Vega allá en Linares y le entregan una fuerte suma de dinero como ayuda para “La Granja”. A las preguntas de Ramón, responden: “Lo teníamos preparado para nuestra boda”. Y como que no quiere recibirlo, ellos insisten: “Lo tienes que aceptar. Dios nos ha mandado que hagamos este donativo y también que entreguemos nuestras vidas al servicio de esta obra”. No puede rechazarlo. Son  Juan y Antoñita.

Sexto milagro: las casas de La Manga. Se conocen casos verdaderamente urgentes, pero las obras van despacio y el corazón se encoge al pensar en los ancianitos que aguardan impacientes. Sus cartas son conmovedoras. Dos familias, al mismo tiempo e independientemente, sienten la necesidad de ofrecer sus casas de veraneo, contiguas, en La Manga del Mar Menor, para atender los casos más urgentes. Se recibe la oferta con gozo y Juan y Antoñita, que entonces trabajan en Canarias a la espera de que llegue el momento de iniciar su ministerio, son consultados. Ella está realizando su entrenamiento para cuidado de enfermos en un hospital. Viajan a La Manga y reciben la primera ancianita: Antonia Márquez, 85 años de edad, paralítica y postrada en cama quince años. Las piernas pegadas; encogido el pecho. Y es estupenda. Su alegría es contagiosa. Viene de la iglesia de Huelva. Quienes la han oído cantar con gracia andaluza sus coritos no podrán olvidarla jamás. Luego llegarán otras ancianas y Juan y su esposa iniciarán su trabajo con más cariño que experiencia, aprendiendo con el paso de los días a tratar a esos niños de pelo cano. Hemos estado en La Manga y hemos visto como Dios está en el asunto.
La querida Antonia ya está con el Señor. Había mejorado en su enfermedad: sus piernas estaban casi rectas y conducía su silla de ruedas con alegre agilidad. Una noche enfermó. El doctor de Cartagena, que la atendió sin cobrar ni un céntimo, anunció su partida. Y se fue. En el corazón de los dos jóvenes se ha hecho un nudo. Dirá Antoñita: “Ella no era solamente una querida hermana, sino también una querida amiga, y ahora se nos va”. Tiempo más tarde fallece otra anciana, de 92 años, Carmen, de Granada. Recientemente ha sido Jorja, que a sus 84 años vendía periódicos por las calles de la fría ciudad de León. En La Manga se han vivido días de tristeza pero también de inmensa alegría, sobre todo cuando de Linares llegan noticias de que las obras de La Granja siguen adelante y que pronto irán allá.

Son datos para una historia. La que tal vez se escriba un día. Llena de anécdotas que conmueven; de experiencias que le hacen a uno doblar la rodilla delante del Señor. En estas fechas, marzo del 74, la fase primera de La Granja está casi terminada. Falta el acristalamiento, pintura, muebles, equipos de cocina, lavado y plancha. Unos dos millones de pesetas. Confiamos que para esta primavera los ancianos de La Manga podrán ocupar el edificio. Y con ellos hasta un número de veinticinco diseminados en toda la geografía española: tenemos en cartera peticiones de San Sebastián, León, Galicia, Asturias, Zaragoza, Madrid, Barcelona, etc. Su hogar aún no está terminado.

Cuando algunos nos preguntan ¿por qué en Linares?, hemos de contestar que Dios ha señalado que la elección fue correcta; ahí están los milagros para confirmarlo. El clima es ideal. Y la Iglesia allí lleva años orando por ese lugar aunque ella misma no tenga muchos casos que atender. Ahora se espera la llegada de Ureña, el gallego de las aguas. Junto con su esposa se dedicará a los trabajos de granja y plantaciones. Según la provisión que llegue del pueblo de Dios se seguirá adelante. Gracias a cada uno que ora y a cada uno que ayuda. Gracias a los que oran y ayudan.

Adivino a Juan y Antoñita en el comedor de una de las casas de la Manga. Han reunido a las ancianitas y les están leyendo este trabajo. Sus rostros son una bendición de Dios. Acaso luego oren dando gracias a su Padre, y al mío.”



Redactor: Apolos Garza
(Fuente: Revista "Edificación Cristiana", nº 2, año 1.974

1 comentario:

José dijo...

Una bendición de Dios que sigue funcionando en nuestros días... Y se seguirá ayudando a muchos ancianos gracias a Dios y gracias a la ayuda de tanta gente, que invierte tantísimo tiempo en mejorar la vida de nuestros mayores.