lunes, 3 de diciembre de 2012

Libro: “Iglesias vivientes” de John Williams (reseña de 1.975)


 

Pablo Wickham y Antonio Ruíz firman la sección de reseñas literarias donde aparece el comentario del libro “Iglesias vivientes” publicado por Editorial Literatura Bíblica de Madrid:

“He aquí un libro salido del círculo de las llamadas “asambleas de hermanos” con una frescura de visión que nos encanta. No es una apología de las citadas iglesias, sino un estudio de cómo funcionan en general haciendo continuas reflexiones sobre el modelo neotestamentario para ver “si esas cosas son así” según el pensamiento de Dios para la iglesia local. El autor no es ciego, ni mucho menos, a los fallos de los llamados “Hermanos”, sino que, muy al contrario, descubre en qué estamos siguiendo tradiciones de hombres casi como dogmas y en qué realmente estamos siguiendo lo que es la Palabra de Dios.
Por otra parte, el autor se muestra convencido de que –en general- el movimiento que describe tiene muchísimas posibilidades de caminar cerca de la voluntad de Dios para las iglesias por la capacidad de cada iglesia local para escoger en el temor del Señor su propio camino, sin que nadie le imponga decisiones humanas por medio de algún sínodo u organización de cualquier clase que sea. La iglesia que realmente quiera despojarse de añadidos contrarios a la frescura viva de la Palabra lo puede hacer cuando lo decida por sí misma, con la responsabilidad de dar cuenta sólo a su Señor. Así que no es una apología –como decimos más arriba- de “nuestras” iglesias tal como somos, sino una exposición de lo que el Nuevo Testamento enseña según lo ve el autor, un análisis de lo cerca o lo lejos que de ello están nuestras iglesias y, por fin, una valoración gozosa de las posibilidades tan grandes dentro de un círculo de iglesias que sólo al Señor reconocen como Cabeza.

En esta línea de posibilidades, el libro que comentamos es una valiosa aportación, pues con claridad insobornable nos señala qué es lo que él ve como “tradiciones acumuladas” sin base bíblica y qué es lo que considera verdaderamente basado en los principios de la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, el autor nos dice cuál es su propia opinión al respecto en cuanto a prácticas, así como lo que él ha observado en las iglesias que conoce personalmente, en las enseñanzas de la historia del llamado “movimiento de los hermanos” y en las opiniones de sus portavoces más dignos de crédito a través de los tiempos. Es sumamente interesante leer las citas que trae a colación de hombres como Ellison, Darby, Bruce, Müller, Groves, Howley, Hogg, Craik, Borlase, Vine, etc, todos ellos enseñadores muy conocidos en el campo de las “asambleas de hermanos”, así como citas de otros de fuera de ese campo reconocidos por su erudición y honestidad exegética.

Pero el libro no es sólo opiniones, estudios o citas del Nuevo Testamento y de eruditos, sino que tiene un peso espiritual realmente animador. Se nota que el autor (conocido además por algunos de los editores) es un hombre de Dios que ama la Palabra, practica lo que cree y ama a sus hermanos con un amor que ejerce cotidianamente. Se descubre casi en cada página que estamos ante un corazón de pastor-maestro auténtico con una sabia combinación de conocimiento teórico (si cabe esta expresión) y práctica abnegada cotidiana. Leyéndolo podremos aprovechar o no muchas de sus sugerencias concretas, pero tanto si las aprovechamos como si no, hay algo que es seguro, que nos hará bien: el haber reconsiderado, muy seriamente y con lucidez, temas que a todos nos atañen muy directamente y sin concesiones a lo fácil ni a lo cómodo según el gusto de cada uno. Algunos de los editores de España usaron el libro en su primera edición inglesa para tener sus coloquios con otros hermanos en sus iglesias y testifican del gran provecho recibido por todos ellos.

Como advierten los editores de la traducción que comentamos, ni ellos ni el autor esperan ni desean que este libro llegara a ser normativo para nadie. La única norma válida para las iglesias es el Nuevo Testamento. Lo que sí que podemos asegurar desde aquí es que el libro dice mucho y de calidad. El que no nos identifiquemos necesariamente con cada punto del texto, no significa quitarle valor, sino sentar –como siempre hacemos- el principio de poder discrepar en la interpretación de aquellas prácticas que –aún en el Nuevo Testamento- no encontramos irrefutablemente claras. Pidamos al Señor que nos dé sabiduría para hallar luz en estos puntos no muy claros, y, entretanto, demos muchas gracias por libros como éste que nos proporcionan tan valiosas herramientas para ver más claro y para amarnos mientras llegamos a conclusiones de diferentes matices.

Para terminar diremos que la traducción de Santos García Rituerto, a quien tenemos el honor de contar como asiduo colaborador en estas páginas, es una traducción de verdad: por una parte exacta, y esto ya le da un gran valor; por otra parte es castellano de verdad, y esto acrecienta su valor y su comprensión rápida, cosa que no siempre acontece con las traducciones que –muchas veces- son más inglés castellanizado que verdaderas traducciones. Muchas gracias, pues, al querido hermano y verdadero poeta cristiano.”
 
(Publicado en la revista “Edificación Cristiana”, nº6, año 1.975)

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